Como veíamos en la entrada anterior, el
metabolismo de las distintas especies se ve afectado por los cambios
del termómetro y por tanto si hay un aumento de la temperatura
idónea de una especie, aumentará su actividad mientras que si hay
una disminución habrá un descenso de actividad.
Además
hay que aclarar que la temperatura del agua está directamente
relacionada con el oxígeno disuelto en ella. Cuanto más fría más
oxígeno, por lo que los cambios en temperatura también afectan al
nivel de oxígeno existente.
Por
último hay que diferenciar las temperaturas en superficie de las del
fondo, pudiéndose dar el caso de cambios bruscos según los niveles
de profundidad. Esto hace que en momentos determinados los peces
suban a superficie o profundicen para alimentarse dependiendo de
estas temperaturas.
Todo
pescador sabe que cuando hay un gran descenso de temperatura los
peces se aletargan bastante y la actividad es escasa o incluso nula.
Con una bajada fuerte de temperatura los peces generalmente no se
alimentan.
Sin
embargo, cuando por motivos meteorológicos, naturales o inducidos,
el agua se calienta muy por encima de la temperatura optima de una
especie, el pez sufre un estrés provocado por falta de oxígeno y tampoco se alimentan.
Otro
mecanismo posible de defensa ante la temperatura excesiva del agua (y
que algunos peces migratorios o dados a vagabundeos continuados
emplean) es bajar el ritmo natatorio y desplegar las aletas para
ganar superficie por las que liberar calor metabólico.
Evidentemente,
no todas las especies tienen la misma temperatura ideal, pero de
forma general podemos afirmar que el aumento o disminución de
temperatura conlleva un aumento o disminución de actividad.
Metabolismo alto,
mayor ingesta energética
Como
este metabolismo es en su conjunto energéticamente deficitario, un
aumento metabólico implica que ha de ser incrementada la ingesta de
nutrientes, que esencialmente son los hidratos de carbono y las
grasas, de ahí que el pez tenga que aumentar su alimentación
diaria, cazando con más frecuencia para capturar con mayor asiduidad
presas, lo que equivale a decir que un pez que se encuentre en aguas
cálidas tenderá a comer más y con mayor asiduidad que cuando se
haya en aguas más frías.
Esta
regla solo es válida para un rango térmico específico para cada
especie íctica y aún para cada una de las poblaciones por las que
tal especie está representada en los mares. Como comentamos
anteriormente, por encima o por debajo de los valores mínimo y
máximo de esa horquilla térmica, el pez se ve sujeto a cambios
fisiológicos que designamos genéricamente como estrés, y su
eficiencia como máquina biológica decrecerá, produciéndose la
muerte en casos de estrés prolongado e intenso; como ocurre en
ocasiones cuando el ejemplar capturado es sometido a un prolongado e
intenso combate, por ejemplo.
La hormona del apetito
"La
mayor demanda por unidad de tiempo de nutrientes combustibles -y del
necesario oxígeno para su combustión- implica una digestión y
absorción más rápida de las presas ingeridas", osea, un menor
tiempo de permanencia de éstas en la cavidad gástrica, lo que hace
que bastantes de nuestras capturas tengan el estómago vacío en
aguas cálidas, haciendo suponer falsamente al pescador que la pieza
capturada hace bastante que no consiguió presa alguna.
Mayor temperatura,
mejores prestaciones

Asimismo,
valores altos de temperatura acuática (pero dentro del rango térmico
idóneo) suponen una mayor velocidad natatoria punta, pues también
el metabolismo muscular se acelera. Para el pescador que practica la
cacea o para aquel que, a embarcación parada o desde tierra practica
la pesca al lanzado (con paseantes o poppers, con peces
artificiales de medias aguas...) la velocidad a la que se hace
avanzar el señuelo puede ser más alta que en aguas frías, pues la
reacción del pez para embocarla es más rápida, lo que viene en
ayuda del pescador, pues a mayor velocidad el engaño tiene mayores
posibilidades de éxito, al no delatarse tan claramente como engaño,
lo que es especialmente valioso en aguas muy claras e iluminadas,
donde el señuelo es percibido visualmente por el pez con mayor
agudeza y puede suponer rechazo en el último instante si la
velocidad de avance es menor.
En definitiva: un aumento en el grado térmico del agua provoca en los peces un apetito mayor, actuaciones de caza más frecuentes, digestiones más rápidas y consumo de nutrientes energéticos más acelerado, lo que es controlado por la secreción a la sangre del neuropéptido, una hormona que aumenta el apetito y que se traduce en una mayor probabilidad de picada a nuestros cebos y señuelos.